La capa del zángano
Tela impermeable, linoflex y varilla laminada. 2 metros de altura x 1 metro de diámetro
Un jardín de germinados
Semilla de trigo, tierra abonada, tela Mallatex. 50 piezas. Dimensiones variables
Tablero intervenido con pintura para interiores tono negro mate a base de agua, dibujo con tiza blanca. Dimensiones variables
2022
Tela impermeable, linoflex y varilla laminada. 2 metros de altura x 1 metro de diámetro
Un jardín de germinados
Semilla de trigo, tierra abonada, tela Mallatex. 50 piezas. Dimensiones variables
Tablero intervenido con pintura para interiores tono negro mate a base de agua, dibujo con tiza blanca. Dimensiones variables
2022
Vista de instalación en sala. La Balsa Galería.
Vista de instalación en sala. La Balsa Galería.
Palabras revitalizadas que activarán las plantas de la instalación. Estas han sido sembradas aquí por la artista, emulando con sus manos cuidadosas los gestos potentes del sacerdote y los sabios de la curandera. No son seres dóciles, porque las plantas en su interior encierran otra fuerza independiente de lo humano: la del tiempo vegetal que nadie puede alterar. Así, se desenvolverán durante los días de la exposición con un ritmo autónomo que responde a otros relojes, leyes, mientras escuchan y solo obedecen a los ciclos de la luna.
Echarán primero raíces tímidamente, después hojas. Reverdecerán cuando sea el momento. Al final, se marchitarán y tomarán tonos pardos y ocres. Son estos los colores de la exposición. Con el breve ciclo de los germinados, la artista propone una meditación sobre la vida y la muerte. No tendrá esta, sin embargo, el dramatismo católico, sino la alegría pagana de saber que cuando mueran habrán cumplido cabalmente su función, según la lección aprendida en la cosmología brasileña. El resultado es esta particular selva, hecha de germinados de trigo y pantallas de video, de ritmos lunares adobados por luces artificiales, de oraciones católicas trastocadas por usos africanos, de blancas sotanas litúrgicas dialogando con capas negras mágicas, de secretos, metamorfosis, apariciones y armonías urbanas. Estas imágenes, palabras, plantas y cantos insisten en la creencia que funda el territorio Pacífico: lo sagrado siempre articula el mundo de los vivos. Si los curanderos en la diáspora africana buscan a través de las plantas sagradas vencer los poderes maléficos del ambiente y restaurar la salud de una comunidad, este monte bravo de González también lo intenta respecto a nuestros tiempos y sus enfermedades físicas y sociales.
Fragmento texto curatorial Sol Astrid Giraldo
Echarán primero raíces tímidamente, después hojas. Reverdecerán cuando sea el momento. Al final, se marchitarán y tomarán tonos pardos y ocres. Son estos los colores de la exposición. Con el breve ciclo de los germinados, la artista propone una meditación sobre la vida y la muerte. No tendrá esta, sin embargo, el dramatismo católico, sino la alegría pagana de saber que cuando mueran habrán cumplido cabalmente su función, según la lección aprendida en la cosmología brasileña. El resultado es esta particular selva, hecha de germinados de trigo y pantallas de video, de ritmos lunares adobados por luces artificiales, de oraciones católicas trastocadas por usos africanos, de blancas sotanas litúrgicas dialogando con capas negras mágicas, de secretos, metamorfosis, apariciones y armonías urbanas. Estas imágenes, palabras, plantas y cantos insisten en la creencia que funda el territorio Pacífico: lo sagrado siempre articula el mundo de los vivos. Si los curanderos en la diáspora africana buscan a través de las plantas sagradas vencer los poderes maléficos del ambiente y restaurar la salud de una comunidad, este monte bravo de González también lo intenta respecto a nuestros tiempos y sus enfermedades físicas y sociales.
Fragmento texto curatorial Sol Astrid Giraldo