Sobre lo que podría ser una poética(s) (afro) diaspórica: cuatro artistas colombianas. Nohora Arrieta Fernández
En un mundo que todavía no se recompone de su trauma global más reciente, quizá no es un detalle menor anotar que el proyecto Hablar a plantas (2020) de Astrid González Quintero (Medellín, 1990) comenzó en medio de la pandemia del COVID 19. Tampoco es un detalle menor parafrasear a González Quintero quien, al presentar el proyecto recuerda que el departamento del Chocó recibió asistencia tardía del gobierno colombiano durante la pandemia (González Quintero 2020). Los chocoanos, acostumbrados al olvido nacional, hicieron lo que siempre han hecho: recurrir a lo que saben. Hablar a plantas quizá tiene su origen en un recuerdo íntimo y cotidiano: una adolescente que mira a su abuelo curar a los vecinos del barrio con ruda, suelda con suelda, eucalipto y sauco. Un abuelo que sabe que lidiar con plantas y hablar a plantas es, en el Pacífico colombiano, un modo de saber y existir. En Hablar a plantas, González Quintero construye una poética multimedial en la que transita por el video, la instalación, la escultura, el dibujo y la fotografía.
En El secreto del zángano, la exposición que agrupó las piezas de Hablar a plantas y fue presentada en Bogotá en diciembre de 2022, hay tres videos: “Hablar a plantas 1”, “Hablar a plantas 2” y “Dale señor el descanso eterno”; tres fotografías; una escultura, “La capa del zángano”; y una instalación, “Jardín de germinados”, construida con 50 plantas sembradas por González Quintero y acompañadas por un dibujo de las fases de la luna. Quien visitó la exposición, encontró tres fotografías realizadas en el Chocó. En una, la selva y el río: la selva verdísima, el río de aguas marrones y el cielo gris encapotado; en la otra, el rostro de una mujer negra de edad avanzada en un primerísimo plano: los cabellos plateados, el rostro tallado por las arrugas; y en la tercera, un brazo negro de mujer (las uñas pintadas de color plata) que sostiene tres hojitas, fuera de foco hay una planta de hojas grandes sobre la que se dibuja el brazo. Las fotografías evocan un lugar y una relación: el Pacífico colombiano y lo que allí han aprendido esas mujeres de las plantas. El video “Hablar a plantas 1” insiste en la relación, y en su gramática de cuidados: una mujer negra, vestida de blanco, acaricia las plantas y las besa. La instalación “Jardín de germinados” es un gesto hacía la selva retratada en las fotografías; la mujer que siembra las 50 plantas, como las mujeres de la foto, insiste en una práctica. Y allí están las plantas en vertical, colgando del techo de la galería y extendiéndose suavemente en el suelo o los dibujos de las fases de la luna que indican cómo ese monte recto lentamente diseñado responde, como el otro, a ciclos naturales. Pero este jardín no es la selva y las plantas que González Quintero eligió germinar para su instalación no son las plantas que germinaron sus abuelos. Si hay aquí un cotidiano entendido como práctica, esa práctica no es traspuesta al espacio de la galería. No es un calco. Es la creación de un gesto. González Quintero no está haciendo antropología, lo suyo es un gesto poético. Una poética que está hecha de síntesis: la línea recta en la que crecen los germinados, la geometría natural que reproducen los dibujos, la parquedad de los elementos de las fotografías. Una poética que no dice más de lo que debe ser dicho. Eso, porque toda poética lidia con el silencio, pero también por el tipo de relación al que alude esta poética. Cuando hablamos de un universo estético que apunta a prácticas o conocimientos que en el espacio en el que fueron creados aseguraron una supervivencia (sea en medio de la huida cimarrona o una pandemia), vale la pena preguntar por el lugar que tiene en la obra aquello que no se dice o que se nombra de un modo oblicuo. La escultura “La capa del zángano” es una capa negra hecha con tela impermeable de dos metros de altura y un metro de diámetro. Los zánganos son personas que poseen conocimientos considerados mágicos en el Pacífico colombiano. El zángano es aludido con esa capa que señala algo que no es del todo develado. Esta gestualidad encriptada se repite en el video “Dale señor el descanso eterno”, en el que un hombre negro vestido con una sotana blanca mueve las manos en un movimiento difícil de definir o en “Hablar a plantas 2”, donde la mujer de quien solo vemos el brazo en la fotografía sostiene tres hojas pequeñas mientras pronuncia un rezo inteligible. El gesto poético de González Quintero ensaya una ética que, al lidiar con ciertos modos de saber y existir, apuesta por una opacidad: ni todo tiene que ser dicho o nombrado o revelado. Esa opacidad anuncia (y me permito aquí la casi contradicción) la existencia de una práctica (hablar a plantas, lidiar con plantas) que relabora un encuentro que convoca a hombres, plantas, animales, presencias, conocimientos nombrados y no nombrados. |
Texto curatorial [Residencia artística Anticipaciones]. Carolina Chacón
Drexciya es una afroficción creada por una banda homónima afroestadounidense de música techno que reinterpretó, en 1992, el mito de la Atlántida de Platón. Drexciya, ubicada en la mitad del océano Atlántico, está poblada por los hijos no natos de mujeres africanas embarazadas que fueron arrojadas por la borda hacia el mar desde embarcaciones esclavistas, y que aprendieron a respirar bajo el agua. Entre 1525 y 1866 estas embarcaciones transportaban desde el occidente del continente africano y hacia los principales puertos en América a personas capturadas, en el mayor ejercicio de deshumanización conocido en la historia justificado desde la ciencia: la trata transatlántica de personas esclavizadas.
Aquí, a modo de acción reparadora, la ficción aparece como herramienta para reescribir la historia. Esta propuesta revisa la dimensión histórica y dominante de la ciencia (blanca, europea y cristiana) y sus sesgos, y busca una manera de reparar desde el gesto artístico la dignidad de las personas africanas y sus descendientes, siendo en sí misma una alternativa a la representación colonial perpetuada desde hace siglos. Aquí, sin replicar la gramática de la violencia, la artista nos presenta un territorio submarino poblado por una comunidad científica y espiritual que supo convivir con su entorno en un tiempo y un espacio alterno al nuestro. |
Texto curatorial [A pronúncia dos gestos ]. Camilla Rocha Campos
A pronúncia dos gestos é o conjunto de obras que designam o respeito de Astrid González com sua própria história afrodescendente. A partir do percurso familiar, passando pela oralidade de saberes geracionais e escutas à natureza, Astrid carrega a responsabilidade de tornar visível gestos e imagens que foram suprimidos do imaginário coletivo colombiano. Ela dá, através de desenhos, fotografias e esculturas, as pistas necessárias para que se possa restabelecer a integração entre a palavra, o corpo e o invisível. Na combinação da instalação Un jardín de germinados e La capa del zángano a escrita e os desenhos na parede anunciam a magia de ativar, como em uma oração, o crescimento e cura de seres humanos e não-humanos através do alimento-palavra. O manto traz a memória da presença do invisível, marcando a sabedoria, seja na interseção com a natureza, com a astrologia, com os animais ou com as marcas que o corpo afrodescendente carrega. Já com as esculturas Nuevas africanías a partir del joto afrodescendiente, a artista reporta o peso equilibrado na cabeça. Ali está a ideia de transporte e transmissão de conhecimento embrulhadas em trouxas. O molde acentuando o peso reforça a passagem do orgânico para o cimento industrial, atravessando o corpo que sustenta o tempo na dura caminhada e as heranças de resistência. Por fim, a série de fotografias La pronunciación de los gestos completa a escolha intencional de ter a cor preta como base de discurso em toda a exposição. A proximidade da pele nas fotografias esgarça a cor e a superfície atravessadas de ensinamentos africanos na Colômbia, que apresentam similaridades com o Brasil, e que não foram abafados pela colonialidade. Por toda a exposição, portanto, o corpo, a palavra e o invisível são força motriz da história. As obras, aqui posicionadas, reportam a conexão com outros mundos nos quais as comunicações não verbais trazidas nas ações do caminhar, plantar, rezar ou curar, se encontram. Seja pela lunação ou espiritualidade, a presença de crescimento e movimento constante são evidentes nessas ações. Os trabalhos apresentados chegam como pronúncia e promessa de expor ora o peso, ora a leveza, de se conscientizar sobre a grandeza de ser descendente de quem se é.
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Texto curatorial [Residencia Pivô Pesquisa]. Mônica Hoff
Em seu trabalho Astrid González nos convoca a uma reflexão aguda e precisa sobre as epistemologias e pedagogias concebidas como universais pelo projeto de razão branco ocidental e como estas estruturaram o regime colonial escravista instaurado nas Américas há quinhentos anos. A artista dedica especial atenção aos modos como afrodescendentes foram e seguem sendo representados na construção e consolidação do referido projeto e sua política de progresso, desvelando com extrema precisão crítica em suas obras o racismo estrutural presente na ideia de “novo mundo”. Em 'Hablar a plantas', investigação aprofundada durante sua residência no Pivô Pesquisa, González propõe uma espécie de autoetnografia em que toma como base saberes ancestrais relativos às propriedades curativas das plantas, tanto em sua dimensão medicinal como espiritual, aprendendo na prática sobre cultivo, clima e ciclos lunares; ao mesmo tempo, refletindo sobre as medidas de apagamento dos saberes tradicionais engendradas pelo regime colonial como foi o caso da inserção do trigo em substituição à mandioca e ao milho, transformando assim seu ateliê num ambiente de cultivo, reflexão e sanación espiritual e política.
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[In and On, Loads for a Break-out. Meditations around Astrid González series Cultura Negra]. María Esmeral Henriquez
Cultura Negra a quotation of the piece Pelucas porteadores, by Liliana Angulo Photography, 2016.
She is going to leave, she has planned, she has prepared. What is she caring? Over a neutral, dark background, a woman stands caring a load on her head. She stands straight, strong, delicate. Like an ancient statue. The figure of the carrier is a powerful image. A heavy load on the head, a straight posture full of dignity. Classic white goddesses forever holding something precious, dive, a temple. In a change of color, the story behind is entirely different. The load is no longer noble, the carrier is no longer dive. There is another sense, another message. Hard labor, struggle. The images are different, Different postures, different loads. They are connected, like people holding hands. One flows the other, and yet they are separate images. The connection is somehow immaterial. Cultura Negra (Black Culture), is the first of a long series that explores and materializes reflections on the history of the African diaspora in Colombia. “ The photographic series reviews the earlier maroon age and contemporary exile dynamics in the racialized territories of Abya yala.” Maroon community Social group Maroon community, a group of formerly enslaved Africans and their descendants who gained their freedom by fleeing chattel enslavement and running to the safety and cover of the remote mountains or the dense overgrown tropical terrains near the plantations. Encyclopedia Britannica Cimarrón, na. De cima. 1. adj. Dicho de un animal doméstico: que huye al campo y se hace montaraz. 2. adj. Dicho de un animal: salvaje no domesticado. 3. adj. Dicho de una planta: Que es la variedad silvestre de una especie con variedad cultivada. 4. adj. Mar. Dicho de un marinero: Indolente y poco trabajador. 5. adj. Ant., Arg., Col., Ec., Hond., Méx., Nic., Pan., Perú, Ur. y Ven. Dicho de un esclavo: Que se refugiaba en los montes buscando la libertad. Diccionario de la Real Academia Española. She braided the paths on her head. She hid seeds and tools for the future in her hair. The load becomes a memento, a leitmotiv of all those who came before her. History is heavy, complex, hidden. It is carried, braided, by those who lived it and by theirs sons and daughters, by time. She is going with her joto to the river to wash some clothes. There will be others, they will talk, they will share. * Joto: sheet used as a container for clothes destined to be washed in the river. The water has been poisoned. War. Progress. It hurts the skin, the soul. The river is no longer there. There will be no talk, they will not share. Life has been turned into stone. Past and present. Struggle, violence, migration, exclusion. It is a load for a break-out. Astrid González work brings to life critical historical elements from the African diaspora excluded from the general/official Latin American History. The series Asepsia, asepsis in English, associates two events: the introduction of the tile as an element of hygiene in public and privet constructions at the end of the 19th century in Latin America, and the Parsley Massacre, a mass killing of Haitians living in the Dominican Republic that took place in 1973. The mispronunciation of the word perejil, parsley in Spanish, became the identification element for cleaning the Dominican Republic. This ornamental setup contains multiple layers of content. The idea of clean surfaces, buildings, streets but also territory. The concept of repetition as an analogy of systematic. The detox faculties attributed to the parsley plant. The form comprehends the context. Astrid González work is an ongoing question on the legitimacy of official Latin American history and its systematic exclusion. “The idea is for it to be a pedagogical exercise, that generates spaces for conversation. Based on the sensitivity of plastic language, it is possible to critically address historical issues.” |
Texto curatorial [La belleza será convulsa o no será]. Erika Martínez
Todo rito es una representación. Aquel que participa en una ceremonia es como el actor que representa una obra: está y no está al mismo tiempo en su personaje. El salto (espiritual) es al vacío o al pleno ser. Bien y mal son nociones que adquieren otro sentido apenas ingresamos a la esfera (o a las esferas, en plural) de lo sagrado
(T. de Molina). En esta obra la coreografía gestual de un sacerdote constituye una ficción a partir de códigos de rituales diversos. El personaje parece levitar en el encuadre entregando a la secuencia un halo de divinidad y un sentido sacro. La artista enuncia con un acto estético la invalidación y exclusión histórica de creencias y ritos por parte de la dominante cultura occidental. Su montaje propicia una imagen que es puro deseo: la intersección cultural, la aniquilación de un sistema moral anacrónico y un elogio a la muerte como acontecimiento cargado de belleza. |
Texto curatorial [El secreto del zángano]. Sol Astrid Giraldo Escobar
El universo visible es la corteza del mundo invisible
Un sacerdote de manos negras y sotana blanca nos invita a entrar. ¿A dónde? ¿Es este un templo o, acaso, el monte bravo donde las ánimas se posan sobre las hojas al caer la noche? ¿Quizás la orilla del río Atrato sobre la que vuelan las zánganas – brujas de alas oscuras? También podría ser el laboratorio secreto de una alquimista, el refugio húmedo de un yerbatero, la guarida de un chinango que sabe cómo activar con palabras las potencias medicinales y espirituales de las plantas sagradas. Espacio inenarrable. Más que un lugar físico, éste es un territorio mítico. El de la magia blanca y negra. La buena y la mala. La que sana y la que mata. La que rige todo. En este espacio, personajes misteriosos intentan comunicarse con lo sagrado y son sorprendidos en su descomunal intento. Porque cada video de Astrid González persigue ese gesto sutil, esa palabra precisa, esa expresión corporal única indispensables para convocar a las fuerzas espirituales. Aunque, nos dice la artista, su ombligo cimarrón está enterrado en el Pacífico de donde son sus ancestros, ella nació y creció “en la ciudad de la eterna primavera y el imaginario del sicariato”, en una Medellín desacralizada, desbordada, al margen de los ritmos telúricos y de los dioses. Su perspectiva entonces estará marcada por la tensión entre distintas narrativas y planos. El resultado es esta particular selva en la que durante los días de la muestra las plantas crecerán y se marchitarán a su propio ritmo, en una lenta meditación sobre la vida y la muerte. Estas imágenes, palabras, plantas y cantos insisten en la creencia que funda el territorio Pacífico: lo sagrado siempre articula el mundo de los vivos. Si los curanderos en la diáspora africana buscan a través de las plantas sagradas vencer los poderes maléficos del ambiente y restaurar la salud de una comunidad, este monte bravo de González también lo intenta respecto a nuestros tiempos y sus enfermedades físicas y sociales. |
Texto curatorial [Premio Arte Joven 2022]. Ángel Unfried
Esta no es una clase de historia. Pero vale la pena recordar que en 1791 François Toussaint-Louverture lideró una improbable batalla de Independencia frente a los colonos franceses. Vencieron y Haití se convirtió en el primer territorio libre en el continente americano. Repito: era un triunfo improbable, los franceses tenían armas, habían efectuado el tránsito de la colonización simbólica a la material y habían impuesto una sólida estructura política; pero no contaban con dos variables que reescriben las historias: los haitianos no tenían nada que perder –preferirían la muerte antes de seguir sufriendo las vejaciones de las que eran objeto– y contaban con un líder que pensaba como haitiano y como francés.
Diecinueve años más tarde, el ejército de Simón Bolívar continuaría una secuencia de gritos independentistas con el triunfo en Colombia. Un líder mestizo, muy alejado de la inflexible voluntad negra de Toussaint-Louverture, encabezó a los criollos. Dos batallas distantes y distintas con intercambios de cartas y voluntades. Sin embargo, el símbolo es el mismo: un sombrero rojo con un ridículo aire pitufino que se arroga el significado de “libertad”. Ese gorro se llama Frigio, al igual que la poderosa obra de identidad y lucha con la cual Astrid González se convirtió en finalista del Premio Arte Joven 2022. La obra está compuesta por un video en el cual un hombre negro se funde en humo blanco; dos impresos con los escudos de Haití y Colombia en los cuales el sombrero frigio grita en ruidoso rojo sangre sobre fondo negro; y un libro de artista con versos y cartas de nuestras siempre relativas independencias. Antioqueña, hija de padres chocoanos, Astrid no es paisa. Esa narrativa de carriel y montaña, que el pueblo antioqueño ha construido como versión única de su identidad, ha sabido invisibilizar la presencia indígena y a la inmensa población negra del Urabá. Antioquias, en plural, fue el nombre con el cual la venezolana Nydia Gutiérrez inauguró su gestión como curadora del Museo de Antioquia en 2018. Un reconocimiento estético de la diversidad silenciada. Esta no es una clase de historia, pero no está de más escribir que esa curaduría buscaba arrojar luz sobre lo obvio, sobre lo que para muchos es antropología, literatura o arte, pero que para cientos de miles de antioqueñas, como Astrid, es biografía y conciencia de la invisibilización. Ese humo que todo lo blanquea en su video ha estado presente en Antioquia desde mucho antes de que ella naciera y sigue ahogándolo todo, tratando de ocultar lo inocultable. En palabras de Astrid: “Las experiencias de racialización me llevaron a preguntarme por qué pasaban estas cosas. Las lecturas de antropología e historia abrieron el camino. Luego me acerqué a grupos de jóvenes afrodescendientes que estaban en las mismas búsquedas y llegué a las artes visuales como camino de expresión”. El poder de lo simbólico es la única fuerza capaz de crear la ficción de una patria. El poder de lo simbólico es también lo único capaz de apaciguar la voluntad de un pueblo, incluso más que las torturas y las armas. El poder de lo simbólico es, sin exagerar, capaz de convertir un poema disparatado de Rafael Núñez en júbilo henchido a todo pulmón en un estadio lleno de gente contemplando a un ejército de futbolistas al borde de la eliminación. No está de más recordar que el poder de lo simbólico es capaz de muchas cosas, pero no de convencernos de que un sombrero rojo significa libertad en este pueblo que niega lo negro y lo indígena y que perpetúa la esclavitud mental. Pero esta no es una clase de historia. |
Texto curatorial [El camino más largo. Arte contemporáneo en Antioquia]. Emiliano Valdés
El trabajo de Astrid González propone reflexiones estéticas y críticas sobre las maneras en que los afrodescendientes e indígenas han sido representados en Colombia desde el siglo XVI hasta el presente. También examina los procesos de blanqueamiento llevados a cabo por la historia del arte y la historia universal señalando la invisibilización de los pueblos amerindios y cimarrones en el relato de progreso de las Américas.
En la serie fotográfica Cultura negra, González revisa el cimarronaje y las dinámicas de destierro contemporáneas en los territorios racializados o regiones donde se establecen nexos de dominación. Las mujeres cimarronas trenzaban sus cabellos y guardaban en su interior semillas que luego sembrarían en tierra libre, en los que serían nuevos pueblos cimarrones y palenqueros. González relaciona esa práctica con el joto, el envoltorio en el que se utiliza una sábana y que sirve como contenedor de diversos cargamentos o de ropa destinada a lavar en el río. Por medio del autorretrato y con un joto lleno de maíz en la cabeza, la artista reafirma su condición de mujer afro, descendiente de los esclavos liberados, y evidencia a través de la metáfora estrategias humanas de adaptación y resignificación. |
[Cultura Negra, resistencia cultural y emancipación. Obra de Astrid González Quintero]. Mane Adaro
Este texto hace parte del libro: Mujeres en las artes visuales en Chile (2010-2020).
En el concepto de Africanía, la artista afrocolombiana, Astrid González Quintero, encuentra un signo de pertenencia y legado, que concierne al saber y los imaginarios que la diáspora afrodescendiente enfrentó para desafiar la esclavización. Tal como relata en sus escritos, a pesar de la transculturación experimentada, las estrategias de resistencia permanecen en el territorio de Abya Yala, en forma de “prácticas, símbolos y experiencias que se preservan”, urdidas a otras voces y herencias. Entender esta fortaleza simbólica, significa ahondar en las raíces y epistemologías del racismo, entrar en los nudos de una estructura colonial, con el fin de buscar los trazos de una memoria colectiva, borrada y tergiversada por las narrativas hegemónicas. Las imágenes que Astrid González propone, se deben entender por tanto, como estéticas activas y antagónicas, formas de una contravisualidad[1] que por medio del video, la fotografía o la escultura, trasciende las lógicas temporales del pasado y la mirada de un presente todavía colonial. Esta contravisualidad sugerida, asalta a la historia, abre el campo de la mirada hacia un nuevo significante, que decide qué se representa y cómo, sin dejar atrás, las huellas reivindicativas de la herencia cultural. La serie de fotografías Cultura Negra (2016-17), evoca el cimarronaje como significado de esta resistencia, trayendo a la memoria las colectividades que escapaban del régimen esclavista y colonial. La serie, me transporta por una diáspora, en la cual, la autora se fotografía de frente y perfil, situándose en una línea de tiempo sinuosa, de mujeres caminantes y portadoras de semillas. Aunque esta manera de retratar podría invocar el método positivista de la fotografía en el s. XIX, cuando las mujeres y hombres —objetos de estudio— reciben la marca de la otredad, el gesto de la artista se percibe como una contravisual asociada a la idea de memoria múltiple. Retratada entonces por su propia mirada, la artista se sitúa en el centro, como una imagen especular que irradia distintas presencias; siendo en las fotografías, ella y todas a la vez. Los lazos que las conectan a la memoria de la diáspora y el destierro, se prolongan fuera de las fotografías, como los hilos invisibles de ananse[2], que teje las memorias comunitarias de una resistencia cultural. En esta constelación, las semillas y el maíz envuelto en sábanas y velos, adquieren pregnancia gracias a las técnicas de la luz y el volumen de formas escultóricas, resignificando el sentido de la tierra, la autonomía, el cuidado y el derecho a la migración. Las fotografías capturadas por una tonalidad sombría, se encuentran desprovistas de otros detalles, alejadas de los escenarios exotizantes en que la visualidad dominante inscribe a los cuerpos racializados, especialmente los femeninos. Cultura Negra, que comienza como una citación a la obra Pelucas Porteadores (1997-2001) de la artista afrocolombiana Liliana Angulo, se configura así, como una red simbólica que no borra la historia, sino que la muestra en su consternación, para ser reescrita y re-tejida por la resistencia y contravisualidad de las memorias colectivas y hermanadas. |
Texto curatorial [Deseo como emancipación]. Mariairis Flores, Sebastian Calfuqueo
Citas cantadas y Doxología” es un “díptico de video” que articula dos recorridos opuestos. Por una parte, vemos un libro construido por la artista que expone los retratos y citas de pensadores coloniales que configuraron un imaginario en torno a los cuerpos de personas afrodescendientes, vinculado a una hipersexualización. El audio de este video, reproduce la sonoridad de la liturgia cristiana a través del canto de las citas y así recrea las estrategias sensibles con las que se configuraba la religiosidad y sus mandatos. Por otro lado, una respiración y un cuerpo negro observado a través de pequeños planos, le permite a la artista recuperar el erotismo que se les ha sido negado desde una serie de connotaciones que les vinculan a un apetito sexual insaciable y a la animalización. En esta propuesta, Astrid subvierte también la mirada masculina que determina a los cuerpos feminizados, sin caer en una sexualización, sino que desde una suavidad que hace del deseo un lugar emancipador y cómplice.
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Texto curatorial [Mapas nocturnos para pensar América]. Valentina GutierrezTurbay
La resistencia diaspórica de las comunidades africanas en América Latina es el motor del trabajo de González. En su libro Ombligo Cimarrón plantea que su objetivo es identificar las tergiversaciones históricas desde las que se ha construido el sujeto afrocolombiano y menciona algunos hitos: “La sobrevivencia de los pueblos africanos, negros y afrodescendientes que encarnaron y heredaron una travesía históricamente violenta en América con eternos momentos de esclavización, luchas cimarronas, batallas por la conquista de la libertad, las independencias nacionales, la ciudadanía, el territorio y la dignidad del hogar”.
En este marco de resignificación es que aparece el proyecto Citas cantadas y Doxología que da cuenta de estas tergiversaciones históricas: por un lado aparece un libro construido por la artista que reúne imágenes de pensadores coloniales y modernos que se pronunciaron sobre los cuerpos racializados, en muchos casos hipersexualizándolos, y por el otro aparece un cuerpo negro respirando. El audio de Citas cantadas tiene la sonoridad de una liturgia cristiana que repite las frases de los pensadores que aparecen en el libro. Tanto en el díptico de la fotografía como en el video, la artista tensiona esta visión animal sobre los cuerpos negros, mostrando que son sensibles y que pueden ser deseantes y deseados desde la autodeterminación como una manera erótica, lejana a la hipersexualización. |
Texto curatorial [Urna, Voz]. Víctor Muñoz
El gorro frigio aparece en el escudo de Colombia y en el de buena parte de los países del Caribe y del sur del continente americano. Es una declaración: "somos una república independiente". Mucho antes fue usado por los esclavos, también era una declaración pero de los antiguos amos: "eres un hombre libre".
De manera que, quienes debían portar el símbolo de libertad -y esta es una paradoja- parecían un poco menos libres que los que no portaban nada. Acá hay otra paradoja, las Repúblicas autoproclamadas independientes de América tenían hombres y mujeres esclavizados ¿ Con qué derechos? ¿Sobre qué cimientos puede hablarse entonces de libertad en un país como Colombia y, en últimas, de ciudadanía, de democracia? |
[Un acto reivindicativo: Hablar a plantas]. María Collado
Texto curatorial [Residencia el arte del buen vivir. Platohedro].
La búsqueda del buen vivir es algo múltiple, basado en estrategias que consideran la potencia de los cuerpos y de su relación con los entornos y con otros seres con los que habitamos, humanos y no humanos, vivos y no vivos. Hoy día hablamos de buscar nuevas estrategias, nuevos recursos para afrontar las problemáticas de esta reciente era, mientras que la realidad del planeta y de las crisis que nos toca afrontar, parece pedirnos que revisemos y vayamos hacia el decrecimiento, de vuelta a la consonancia con la naturaleza. Para ello es necesario reconsiderar el conocimiento y verlo más allá de la unidad, transformarlo en saberes múltiples construidos por todxs. Es necesario que la occidentalidad del saber dé un paso atrás en su omnisciencia, que se rompa en pedazos, abrazando prácticas comunitarias y ancestrales, que se dan en relación a las necesidades y generosidades de la naturaleza, en un ritmo no androcéntrico multi-trans-plural. En la actualidad el arte contemporáneo se discute entre múltiples incoherencias que se dan a través del mercado de las disciplinas formalistas y la inmaterialidad de la imagen en la era digital. Y entre medias, proyectos extra-disciplinarios que abarcan las ciencias, la tecnología o la economía, y que parten en la mayoría de ocasiones de manuales y de saberes establecidos como únicos; lejos de las prácticas comunitarias y mucho más lejos de la multiplicidad y diversidad de las experiencias de vida de los pueblos y las culturas. Y en un momento en que el planeta nos grita desde la emergencia, las artes han de cuestionarse irremediablemente su aporte a un cambio en nuestros modelos. En esta expansión inminentemente necesaria de nuestras formas de entender el mundo, artistas como Astrid y procesos como Hablar a plantas, son canales que nos pueden derivar tal vez a adoptar estrategias sostenibles para el Buen Vivir real. Porque el proceso de enunciamiento desde aquello que atraviesa nuestras vidas, nuestros pasados y sobre todo nuestras comunidades, puede ser una de las vías que permita otros encuentros posibles. Es así cómo Astrid nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza, en un mundo en que hemos perdido la conexión con el lugar de donde verdaderamente venimos, y ella lo hace a través de la escucha, del cuidado, de la reflexión sobre el autocuidado, y en comunión con sus ancestras. Lo hace en un ejercicio que nos indica lo atrevidxs que somos cuando intentamos negar aquello que no conocemos o que llegamos a considerar como otro. Y lo hace en un acto reivindicativo, a través de la apertura del conocimiento, en un diálogo con las plantas y con las voces que portan saberes de los pueblos no legitimados por la epistemología occidental, como son los pueblos afrodescendientes. Negar lo no conocido es un acto racista y más todavía es no quererlo conocer, la descolonización de las prácticas artísticas ha de comenzar por esta aceptación de que el saber no es uno, no se encuentra dentro de un museo, ni tan solo en la academia. Negar los saberes de los pueblos esclavizados es anular toda una historia de resistencia, de potencial epistemológico, es un epistemicidio. Por eso es hora de cambiar el prisma de nuestras miradas, de acabar con el centralismo y la jerarquía de los saberes, es hora de comenzar a hablar y de hablarle a las plantas y de aceptar que en la ancestralidad reside la posibilidad de cambio, en las fuentes orales y naturales, en los pueblos de origen, en los cantos de los pueblos afro, hegemónicamente silenciados y en otras formas posibles de relacionarnos. |
Texto curatorial [Bordes]. Carlos Uribe
Astrid nació en Medellín en 1994. Estudió Artes Plásticas en la Fundación Universitaria Bellas Artes en la ciudad de Medellín, egresada con grado de honor. Su práctica se desarrolla desde distintos territorios y trabaja a partir de distintas disciplinas como vídeo, fotografía y escultura, abordando reflexiones sobre los procesos históricos de las comunidades afrodescendientes en América. Su relación con el arte transita también en la investigación, la cual documenta y actualiza en sus tácticas procesuales. Ha expuesto en Chile, Perú y Colombia, en museos como Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Santiago de Chile, Museo de Arte Moderno de Medellín y en el Museo de Antioquia. Recientemente obtuvo dos reconocimientos que la perfilan como una de las artistas jóvenes de Medellín con mayor proyección en el ámbito nacional y latinoamericano: el Primer Premio de la X Convocatoria Nuevos Talentos en el Arte del la Cámara de Comercio (2021) y el Segundo Premio en la 8ª Bienal de Arte Joven de Comfenalco Antioquia (2021).
En esta exposición, su primera individual, el lenguaje del video es consecuente con los intereses conceptuales y metafóricos de la artista. La video instalación Pronunciar perejil en la masacre que preside la sala, revisa el cimarronaje en las Antillas y las dinámicas de destierro contemporáneas en los territorios racializados de República Dominicana, donde los vecinos haitianos son contenidos o expulsados, no sólo por su procedencia étnica sino por su lengua. Esa elipsis, trágicamente toca otras fronteras suramericanas -incluso propias- en el desplazamiento errante del migrante, como lo evidencia Bordes I. Paradójicamente, la fonética como la pluralidad de dialectos hacen parte de piezas de video como Citas cantadas / Doxología, que como gestos evidencian a través de la metáfora, estrategias de resignificación de prácticas y territorios. La artista señala en su statement: “Reviso documentos de la historia universal para establecer cartografías con elementos simbólicos que revisan al afrodecendiente en el contexto colonial, en el racismo estructural, en el nacimiento y consolidación de pueblos cimarrones y palenqueros, y finalmente, en los procesos blanqueamiento como paradigmas del progreso y del mestizaje en las Américas […] cuerpos como campos en los que luchan los significados y los discursos del racismo, la invisibilización, la hibridación cultural y las batallas ideológicas por el reconocimiento étnico”. Las obras de González nos confrontan e invitan a ser más conscientes con la forma de aceptarnos en la diferencia, en la diversidad, así como en nuestras realidades presentes y de origen. Su obra nos interpela como sujetos sobre el sin sentido de la historia, pero a su vez nos exhorta a reescribirla de nuevo en común, a sentar las bases de una sociedad más justa e igualitaria, un planeta donde los bordes se difuminen y no erijamos más muros que nos separen. |
Texto curatorial [Bienal de Comfenalco 2021] Jurado
Hoy, en tiempos de crisis humanas, exacerbadas por la pandemia, seguimos asistiendo a la emergencia potente de narrativas que establecen posturas críticas y de rechazo a imaginarios, prácticas y discursos que han permitido la persistencia de distintos tipos de violencia en Colombia: racismo, patriarcado, segregación, clasismo, explotación laboral, extractivismo, prácticas todas derivadas de actitudes coloniales para con los cuerpos, la naturaleza, el conocimiento. ¡No me colonices!, es lo que parecen gritar muchas de las obras que integran esta selección. El discurso histórico es un territorio en disputa permanente. Es muy importante la labor de testimonio que ha desempeñado el arte y sus prácticas, pero también es fundamental esa puesta en tensión, esa confrontación a las fuerzas que han dominado la construcción misma de la historia. Las perspectivas así ofrecidas no sólo complementan y expanden las narrativas dominantes, sino que las desbaratan, las deshacen en cuanto que atacan directamente sus cimientos: cuestionan sus estructuras ideológicas así como sus prácticas de sometimiento. Es el momento de las diversidades, de promover la construcción de otros relatos, más complejos quizás; miradas desde otras orillas que, desde lugares distintos, le apuestan a la inclusión, a repercutir en una sociedad más activa y preparada para rechazar las injusticias. En este nodo, la propuesta se manifiesta desde la necesidad de desarrollar lenguajes conjugados con los discursos decoloniales. Esta posición ofrece críticas iconográficas, históricas y sociales frente al racismo, el patriarcado (machismo) y las distintas economías extractivistas como políticas para el dominio y el control de las subjetividades, de las otras especies y del planeta, de un modo semejante a como lo plantea el filósofo y psiquiatra Frantz Fanon. Evidenciar la inconformidad, subrayar los cuestionamientos y apuntar a una transformación simbólica de los discursos dominantes, son procesos que permiten tanto comprender la realidad como —y muy especialmente— eso que es ocultado por ella.
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